
Escribo, pliego, vuelvo la mirada, a la página, a la pared, a lo anterior; vuelvo a escribir.
Leo, el texto pasado, el papel, en la izquierda, bajo mi mano; vuelvo a escribir.
Subrayo A. ¿Soy yo? ¿Me dice a mí?
Pienso en A.na y lo que ella consideraba una deuda, pienso al sur, pienso al este.
Sonrío al ver la anotación, a encontrar la tecla que suena en do, ¿o en sí?
La dicha: aquello que no queda en el tintero, lo explícito aunque no por ello inequívoco.
Lo dicho: alegría y entusiasmo que no existe por si solo sino condenado a su ausencia para
realizar su ser.
El pensamiento como escena y la escena como pensamiento, quedo con Santiago Alba Rico a las tres en punto de esta página, en una ponencia que me hizo pensar en que una obra de teatro puede ser transitable, donde todos sus objetos no son mera decoración, no son aplique narrativo sino versiones materiales de lo mismo. Lunares en el rostro de la sala, en el rostro de la obra.
Me resisto a explicar lo que este texto señala, todavía no encuentro la palabra y el gesto adecuados.
Por eso;
El lindero de donde vivía era un canal de riego que para mi pequeño entendimiento competía con el Tajo o el Ebro. Allí, sin permiso pero acompañada nos manchábamos las manos de frutos pequeños y la sangre de algunas heridas de guerra. La conquista de un dulzor dudoso, a veces prematuramente ácido, la falsedad del color de tinta y las avispas envidiosas de nuestro gozo.
Para quien me conozca sabe que he aprehendido otros idiomas, plásticos y lingüísticos, no domino ninguno.
Me he visto en una sola letra, me he visto a mí y nos he visto a todas.
He sido tocada por un texto.